Vida después de la muerte: El caso del Dr. Eben Alexander

La vida después de la muerte es una cuestión de corte filosófico que ha separado las aguas entre creyentes y escépticos durante los últimos siglos de historia en el planeta. Lo cierto es que miles de casos en todo el mundo no logran convencer a quienes niegan la existencia de un “mas allá” cuando se termina la vida terrenal. El caso del Doctor Eben Alexander, neurocirujano de la Universidad de Harvard, es reflejado en este extracto de Pijamasurf aportando nuevos datos sobre la existencia de la vida después de la muerte:




Existen miles de relatos que sugieren una especie de campo arquetípico que se activa al coquetear con la muerte –en la suspensión de las funciones corporales–; pero quizás ninguno ha cobrado la importancia (y polémica) que la que ha presentado recientemente el neurocirujano de la Universidad de Harvard, Eben Alexander. El Dr. Alexander ha escrito un libro “Proof of Heaven: A Neurosurgeon’s Near Death Experience and Journey into the Afterlife” y una versión condensada de su experiencia ha sido destacada en la portada de Newsweek (una de las últimas ediciones impresas de esta emblemática revista).
Lo extraordinario del caso, evidentemente, es que vemos a un científico reconocido dentro del mundo de la academia decantarse sin titubeos por una explicación metafísica de las experiencias cercanas de la muerte. La narración del Dr. Alexander inicia justamente dirigiéndose a los escépticos:
“Como neurocirujano, yo no creía en el fenómeno de experiencias cercanas a la muerte. Entiendo lo que le sucede al cerebro cuando una persona está cerca de la muerte, y siempre creí que existía una explicación científica adecuada para las visiones celestiales extracorporales descritas por aquellos que estrechamente escaparon de la muerte.
En el otoño del 2008, sin embargo, después de 7 días en coma en los que la parte humana de mi cerebro, el neocórtex, estaba desactivado, experimenté algo tan profundo que me otorgó una razón científica para creer en la conciencia después de la muerte.
Todas los argumentos principales en contra de las experiencias cercanas a la muerte sugieren que estas experiencias son el resultado de un mínimo, transitorio o parcial malfuncionamiento del córtex. Mi experiencia cercana a la muerte, sin embargo, no sucedió cuando mi córtex estaba malfuncionando, sino cuando simplemente estaba apagado. Según nuestro entendimiento actual de la mente y del cerebro, no existe de ninguna manera forma en la que podría haber experimentado incluso la más mínima y oscura conciencia durante mi coma, mucho menos la odisea coherente e hipervívida que atravese.
Mientras que mis neuronas estaban ofuscadas en completa inactividad por la bacteria que las había atacado, mi conciencia libre-de-cerebro viajó a otra dimensión más grande del universo: una dimensión que nunca soñé que existía”.

Después de estas introducción en la que Alexander busca justificar dentro de un paradigma epistemológico su experiencia siguen las mieles de un poética descripción de sus visiones de ultramundo. Reminiscencias de las visiones de Dante, Blake y Swedenborg y por momentos también de los cielos modernos visitados por psiconautas bajo la influencia de sustancias psicodélicas como el DMT (generado naturalmente en el cerebro humano y según algunos especialmente durante el momento del nacimiento y de la muerte).
“Al prinicpio de mi aventura, estaba en un lugar lleno de nubes. Grandes y frondosas nubes blancas y rosas que relucían drásticamente contra el cielo azul-negro. Más alto que las nubes –inconmensurablemente alto- parvadas de luminosos seres diáfanos arqueaban a lo largo y ancho del cielo, dejando banderolas detrás de ellos. Formas superiores.
Más raro aún. Por la mayor parte de mi travesía, alguien más estaba conmigo. Una mujer. Ella era joven, y la recuerdo en completo detalle. Tenía pómulos pronunciados y ojos de un azul profundo. Trenzas doradas emarcaban su hermoso rostro. Cuando la vi por primera vez, estabamos deslizándonos juntos en una superficie de patrones intrincados que después de un momento reconocí como las alas de una mariposa. De hecho, miles de mariposas estaban alrededor de nosotros –vastas olas aleteantes de ellas, internándose en el bosque y resurgiendo de nuevo.
Sin usar palabras, ella me habló. El mensaje recorrió mi ser como un viento, e instantáneamente vi que era verdad. Lo supe de la misma forma que supe que el mundo que nos rodeaba era real –no algo fantasioso, pasajero e insubstancial.
El mensaje tenía tres partes, y si lo tuviera que traducir al lenguaje terrenal, diría algo así:
“Eres amado y querido para siempre”.
“No tienes nada que temer”.
“No hay nada que puedas hacer que esté mal”.
El viaje transceleste continúa:
“Me movía constantemente hacia adelante y me descubrí entrando en un inmenso vacío, completamente oscuro, de tamaño infinito, e infinitamente confortante. Totalmente oscuro, como era, también rebosaba de luz: una luz que parecía emanar de un orbe brillante que ahora sentía a mi lado. El orbe era una especie de “interprete” entre yo y esa vasta presencia circundante. Era como si estuviera naciendo a un mundo más grande, y el universo entero era como un vientre cósmico gigante, y el orbe (que sentía estaba de alguna manera conectado, o incluso era idéntico, a la mujer que montaba el ala de mariposa) me estaba guíando en el proceso.
Cada vez que preguntaba algo, las respuestas prorrumpían instantáneamente en explosiones de luz, color, amor y belleza que soplaba a través de mi como una ola chocando contra la playa”.
En este último pasaje Alexander se encuentra con lo que parece el fin de la dualidad, la conjunción de los opuestos. Él mismo cita al poeta Henry Vaughan “Hay en Dios, algunos dicen, una oscuridad deslumbrante”. Encontramos también la hipóstasis de la omnisciencia: un orbe que es una mujer que responde sus preguntas al instante –es decir que es él mismo: la conciencia universal.
Eben Alexander, después de dejarse transportar por la riqueza descriptiva, intenta explicar científicamente lo sucedido:
“La física moderna nos dice que el universo es una unidad –que yace indiviso. Aunque aparentemente vivimos en un mundo de separación y diferencia, la física nos dice que detrás de la superficie, cada objeto y evento en el universo está completamente entretejido con cualquier otro objeto y evento. No hay verdadera separación.
He pasado décadas como neurocirujano en algunas de las instituciones más prestigiosas de este país. Sé que muchos de mis colegas mantienen –como yo lo hacía– la teoría de que el cerebro, y particularmente el córtex, genera la conciencia y que vivimos en un universo carente de toda emoción, mucho menos que vivimos en un universo de amor incondicional como el que ahora sé nos tienen Dios y el universo. Pero esa creencia, esa teoría, ahora yace rota a mis pies. Lo que me sucedió la destruyó, y mi intención es pasar el resto de mi vida investigando la verdadera naturaleza de la conciencia y dando a conocer a mis colegas científicos y a la gente en general el hecho de que somos muchísimo más que nuestros cerebros”.
La unidad del universo, según argumenta Alexander, está dada por la física cuántica que señala que en los niveles constituyentes de la materia, todas las partículas están unidas en campos y sistemas de entrelazamiento: existe una interconexión fundamental entre todos los fenómenos de la naturaleza. Algunos especulan que la conciencia es ese campo cósmico unificador, puente entre la mecánica cuántica y la relatividad. Esta ciertamente no es la versión más popular dentro de la ciencia establecida. Como no lo ha sido el relato experiencial de Alexander.
El famoso neurocientífico Sam Harris argumenta que simplemente no existe forma de corrobar verdaderamente que “su cerebro estaba apagado” (a lo cual Alexander responde con datos de sus registros neurológicos en el momento y llama a leer su libro donde supuestamente presenta eviencia clínica de lo sucedido).
El año pasado el campo de inevstigación de las experiencias cercanas a la muerte tuvo un notable co-descubrimiento cuando dos neurocientíficos formularon independientemente la teoría de que el fenómeno podía explicarse por una dilación temporal, esto es, en el particular estado en el que el cerebro se encuentra cuando está a punto de entrar en coma, puede ocurrir que un mircosegundo sea percibido como una extensión de tiempo mucho mayor. Las visiones que ocurren entonces, con todo su cariz espiritual, no serían más que el resultado de ese tiempo fractal elástico: es decir no un producto de la divinidad inherente sino de la relatividad del tiempo-espacio.

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